Por Juan Quispe. Días atrás hablaba con mi fisioterapeuta, y en medio de la sesión, en diferentes hilos de historias, no terminaba de cerrar en pocas palabras, la esencia de lo que estáblamos platicando.
El (fisioterapeuta) me contó sobre diferentes situaciones dónde personas que teniendo la posibilidad de invertir en su salud, en controles médicos, o en tratamientos para mejorar, terminaban comprando otras cosas, que le hacían bien, pero que posponían al cuerpo. Esto devenía de que, cuando el mismo (cuerpo), era lesionado, recién se daban cuenta que una cuestión preventiva, hubiera cambiado ciertas realidades incómodas. Desde estar en una sesión o en una cama internado por meses.
Entre mis historias, de personas que pasan la vida comprando cosas o con un exceso de ocupaciones, el denominador en común no surgía en palabras exactas.
La sesión terminó pero mastiqué la charla y empecé a tratar de entender lo que realmente a veces nos pasa como sociedad e individuos.
Y en el camino al gimnasio, pude deducir lo siguiente:
“Sucede que descuidamos de nuestro cuerpo, cuando nuestra existencia se basa en las necesidades del personaje que armamos”.
Un mes atrás, una psicóloga muy conocida, hablaba en una entrevista, acerca de cómo la sociedad, busca siempre tratar de maquillar, poner filtro a su ser real, o estado actual, y se genera como un ser con doble ánimo y hasta dos personas diferentes que conviven en una.
Una para mostrar y otra para adentro, aunque la de adentro sea más como somos en realidad.
La psicóloga asumía que esto era desgastante para el que lo practica.
Y a veces no nos damos cuenta de que seguimos ese patrón. No valoramos nuestro hígado, hasta que nos da una patada. No valoramos nuestra salud mental, hasta que caemos en estrés, sólo por nombrar una patología. No valoramos nuestros piés, hasta que no podemos usarlos. No valoramos nuestros dedos, hasta que quedan inmóviles o hinchados por un martillazo.
Pero obviamente esto se pueda mejorar si así nos disponemos.